Un nuevo año se inicia. Los peruanos, uno más entusiastas y a la vez
más pudientes que otros, celebran, brindando, comiendo, bailando, casi hasta el
amanecer. A las 12 de la noche en punto, hicieron el consabido brindis con el
champán, el vino blanco o cualquier líquido espirituoso al alcance del
bolsillo. Y todos nos deseamos un feliz año 2016.
Por supuesto que ninguno, en esos momentos, se pone a pensar en lo
que se nos viene en el país. No es el momento. No seas aguafiestas, dirán
algunos. Brinda. Vive la vida. Abraza a tus seres queridos y olvídate de lo
demás. Al final, Dios proveerá. Es verdad, desde que tengo uso de razón, esto
viene a ser como una especie de mágicas palabras, conjuro, que de tanto
repetirlo, parece hacerse finalmente realidad. Algún ministro de economía, allá
por agosto de 1,990, luego de descargar el shock económico sobre los hombros
del pueblo, dijo: Que Dios nos ayude. Y al parecer así fue. Se sufrió mucho, la
gente pobre tuvo que buscar salidas de emergencia- memorables comedores
populares- para paliar el hambre, especialmente de los niños y ancianos, y los
que apenas vivíamos con un sueldo, tuvimos que ajustarnos los cinturones,
ahorrar al máximo, y prepararnos para la larga época de las vacas flacas, que
bien flacas vinieron.
Así, el país, se enrumbó por los caminos de la modernidad, el progreso
y la libertad, como decían los acólitos del régimen por entonces. Había que
terminar radicalmente con el estatismo y el mercantilismo, añadirían. Se
bajaron, entonces los aranceles, la importación nos inundó, las multinacionales
se frotaban las manos y los productores nacionales se vinieron abajo. O te
ponías a tono con la modernidad y el ajuste, o morías. Muchísimos murieron. Empezó
la desactivación del estado, se remataron las empresas públicas –gollerías
increíbles de por medio, por ejemplo, para la Telefónica española- y la
exclusión, la pobreza extrema a que estaba sometidas millones de peruanos,
continuó.
En medio de ese clima, Sendero seguía avanzando. 1990, 1991, fueron
los puntos más altos del accionar terrorista. Eran 10 años, transcurridos desde
aquel mayo en Chuschi, cuando un grupo de hombres vestidos con ponchos y
pasamontañas, asaltaron un local de votación y quemaron las ánforas, como
símbolo de combate y lucha contra la democracia burguesa, según ellos, causante
de las mil y un desgracias del pueblo peruano. En esos aciagos años, miles de
hombres, mujeres y niños, especialmente de las zonas alto andinas -el 85% de
ellos quechuablantes- fueron los que sufrieron directamente los efectos de
aquella guerra, en que el fundamentalismo senderista y sectores importantes de
las fuerzas armadas, se dieron la mano, para desarrollar un tipo de
enfrentamiento y combate, caracterizado por el horror y la violación de los
derechos humanos fundamentales. Miles de muertos y desaparecidos – hasta ahora
se siguen encontrando fosas comunes en diversas partes del territorio peruano-,
cantidad de desplazados, millares de huérfanos, un sinnúmero de familiares de
víctimas que hasta hoy lloran a los suyos.
Aquel era el sombrío panorama que sirvió de base para que en abril
de 1992, Fujimori y sus secuaces, dieran un golpe de muerte, a la frágil e
incipiente democracia peruana. Las
principales instituciones del país, poder judicial, poder legislativo, poder
electoral, medios de comunicación, y dentro de todo ello, también las
universidades, fueron arrasadas, violentadas, destruidas, corrompidas. Y ya sabemos qué es lo que ocurrió después: entronizamiento
de la dupla Fujimori- Montesinos y su pandilla, para so pretexto de mantener el
orden y la seguridad nacional, así como garantizar la continuidad del programa
económico – aplaudido por sus corifeos de CONFIEP y similares-, saquear los
recursos públicos del país, enriquecerse ilícitamente, y todavía tener el
descaro de querer mantenerse en el poder por 20 o 25 años más por delante.
Cierto es que luego, a partir del 2000, la mafia cayó, los
delincuentes fueron perseguidos, y años después capturados y hoy purgan justa
condena por la comisión de tan bárbaros delitos. Desde entonces, la Democracia,
y la defensa de los Derechos Humanos, quiso restablecerse. Bajo el gobierno de
Paniagua, se trató de reconstruir las instituciones básicas, el poder judicial,
la fiscalía, se instauró la Procuraduría del estado, los organismos
electorales, el poder legislativo, y en el caso de las Universidades, se dio fin, a las
Comisiones interventoras, de tan nefasta recordación. Era una vuelta por lo
alto a la democracia, era un retorno a la preciada vigencia de los Derechos
humanos.
Lamentablemente, ni el gobierno de Toledo, menos aún el de García, pudieron
avanzar en la consolidación de las instituciones democráticas y el respeto a
los Derechos humanos. La corrupción,
cual animal herido de muerte, se regeneró, resucitó, al interior de dichas
instituciones –ello se vio claro en el accionar del ejecutivo, del poder judicial, y del mismo poder
legislativo, inundado por lobistas y narco parlamentarios-. Si algo no podrá
perdonar jamás García, no será tanto el no poder ganar las elecciones del 2016,
sino el que las amplias mayorías del país, ya no le crean. El tema de los
narco- indultos, sí que pegó fuerte.
¿Y qué podemos decir sobre el gobierno de Humala?
En primer término, hay que tratar de encontrar una explicación a su
rápida caída en las preferencias populares. Un candidato que llegó a la
Presidencia con más del 50% de los votos, hoy apenas si supera el porcentaje de
un dígito. ¿Por qué razón? En los últimos años lo que se vino machacando, por
todos los medios de comunicación –que ahora sí actuaron en forma coordinada y
al unísono- es que se trataba de un mal Presidente, que no sabía gobernar, es decir
dirigir la administración del estado, que se dejaba manejar por la mujer, etc.
(y ni que decir, de todo el show de las agendas de Nadine); dejando de lado que lo esencial vino a ser que
no cumplió con las fundamentales promesas que hizo al pueblo peruano, cuando
tentó la Presidencia, es decir, avanzar al lado del pueblo, para producir los
cambios estructurales que el país requería. En tal sentido es claro, que frente
al sinuoso avance de este gobierno, quienes finalmente han marcado la pauta, no
son ni Nadine, ni Castilla, ni ahora Segura, sino aquellos poderes nacionales y
multinacionales, que al final –como alguna vez, lo dijo Sinesio López- al poco
tiempo de la asunción del poder, cual si fuese un nuevo Atahualpa, lo
capturaron, lo secuestraron.
Es solo de esa forma que encuentra sentido, por qué se deshizo tan
fácilmente de la izquierda que lo había ayudado a llegar al poder, y cómo
paulatinamente se fue divorciando más y más del pueblo, que persistía en sus
reclamos más sentidos –como el caso de Conga, o recientemente el de Tía María- pero
sin llegar tampoco a constituir un movimiento fuerte de oposición nacional. La derecha
bruta y achorada, siguió al frente de la oposición, manejando a su antojo los
medios, aprovechando al mínimo cada detalle –la superficialidad de Nadine, sus
gastos en el extranjero, sus vestidos caros, las benditas agendas, etc. –para golpearlo
cada vez más. El mensaje tenía que
quedar bien claro: nunca más en el Perú, ningún candidato o fuerza política,
debe atreverse a poner en cuestión el estatus quo, porque si no, ya saben lo
que se les viene.
Pues en este contexto es que hay que entender cómo surge la
discusión sobre la problemática universitaria y la necesidad de contar con una
nueva Ley.
Todos en el país, coincidimos en que la Universidad peruana está en
crisis. No sólo es el tema del enriquecimiento increíble por parte de propietarios,
rectores y autoridades de las universidades particulares que encontraron en la
educación superior “para el pueblo” un filón de oro para enriquecerse, sino que
a ello se aúnan los problemas –y aquí también entran las universidades
públicas- de la formación académica y profesional de baja calidad y el marcado
déficit, por no decir ausencia, en la producción científica y tecnológica (con
marcadas excepciones). Pero tal como lo refieren sus autores e impulsores,
entre ellos, el congresista Mora, y Manuel Burga –ex rector de San Marcos- la
tarea no ha sido fácil. Desde un principio tuvieron que enfrentarse a la
presión mediática de los grupos de poder –no olvidemos que la UPC pertenece al
grupo Miró Quesada, dueños del emporio periodístico de “El Comercio”, Canal N, “America TV”, etc. –quienes quisieron llevar
el debate sobre la universidad al plano ideológico, sosteniendo que no es
posible aprobar una ley que atente contra la libertad de empresa y la inversión
privada –sustento en el DL 882, dado en la época del fujimorismo-; y por otro
lado, enfrentar a la oposición de las autoridades de las universidades públicas
que azuzando con el cuco del “intervencionismo” del estado y la violación de la
autonomía universitaria, trataron de movilizar a estudiantes y docentes en distintas
partes del país.
Cuando dicha estrategia se fue mostrando débil, y con rasgos de
avanzar hacia el fracaso, sacaron de la manga, las medidas judiciales, y en
coordinación con los lobbies empresariales en el Congreso –entre ellos,
congresistas fujimoristas, apristas y de solidaridad nacional- presentaron
recursos de amparo, y reclamos, llegando hasta el Tribunal Constitucional.
A la actualidad, todas sus estrategias fracasaron. La última,
aquella en torno a la llamada Ley Cotillo, fue parada en seco con la directa
movilización y rechazo por parte de los alumnos. A partir de ahí, se dio el
punto de quiebre para dicha pretensión reaccionaria respecto a la aplicación de
la nueva Ley universitaria. La mantención obcecada en el poder, y la abierta
rebeldía de algunas autoridades como el caso del Rector de San Marcos, es
cuestión transitoria. Hoy día el curso de los acontecimientos para los cambios
en la Universidad va por otro lado.
Por cierto, que aún estamos a distancia de lo que deberá ser una
auténtica Reforma Universitaria; hay que afinar mejor los mecanismos
democráticos para la toma de las decisiones en su interior, afirmar bien un
sistema universitario que concilie la necesaria supervisión por parte del
estado –como cualquier otro bien público o servicio básico que se brinda en el
país, como es la salud- con la necesaria autonomía universitaria bien entendida
–y no como bandera para instaurar una especie de zona liberada, como se
entendió décadas atrás, y que permitió la incubación entre otros grandes males,
del fenómeno Sendero Luminoso -; hay que ver la necesaria atención que tiene que brindar precisamente el Estado
a las necesidades de dicha universidad, especialmente, la pública, con recursos
para mejorar cualitativamente los sueldos de los docentes, y la necesaria
inversión en investigación científica y tecnológica. Hay muchos puntos más para
avanzar, pero hay que ser claro: la Ley universitaria aprobada, oleada y
sacramentada por el Tribunal Constitucional del Perú, abre un momento histórico
y un espacio para la acumulación de fuerzas para los sectores más sanos,
renovadores y democráticos dentro de la universidad peruana. Lo más importante
es ver si realmente en los próximos meses, es posible afirmar posiciones en la
opinión pública, construir actores sociales y políticos en las universidades
con participación de toda la comunidad educativa, alcanzar hegemonía y mayoría
en el país pro Reforma de la universidad, poniendo en el centro de la misma, la
CALIDAD EN LA FORMACIÓN ACADÉMICA PROFESIONAL, LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y LA
PRODUCCIÓN DE CONOCIMIENTOS acorde a las necesidades del país.
Es cierto entonces, que este 2016 se nos presenta aún incierto. Ello porque es claro, que en el país aún
quedan pendientes varios asuntos por resolver en el campo de la Democracia, de
la verdadera Inclusión y del respeto irrestricto a los Derechos Humanos; y que
debemos estar todos unidos para avanzar por el camino del progreso, tratando de
hacer realidad el sueño de un Perú justo, donde no reine la corrupción y la
impunidad, un Perú grande, un Perú digno.
No olvidemos que este 2016 es año electoral, y debemos pensar bien a
quienes vamos a elegir para que nos gobiernen por cinco años más. Ojalá tengamos
suficiente sabiduría, sentimiento y valores, para elegir bien.
P. Libre, 1 de enero del 2016