viernes, 6 de abril de 2012

Vallejo, Ribeyro, ¿influencia negativa para el alma nacional?

Hace menos de un mes, días antes de celebrar un aniversario más del nacimiento de Vallejo, patrimonio no solo nacional sino de toda la humanidad en el campo del arte y la creación literaria, a un sujeto con nombre de subdesarrollado cantante pop, se le ocurrió decir –casi digo rebuznar- en un diario de circulación nacional, que el gran poeta, habría influido “de manera negativa en el subconsciente de los peruanos”.  Y ponía como argumento de tan peregrina tesis, aquel impactante verso que dice: “Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo”. De paso también la emprendía contra nuestro inigualable Julio Ramón Ribeyro, diciendo que su obra “sublimaba y endulzaba el fracaso”.
Sabemos bien que la ignorancia puede ser muy atrevida, pero en este caso pareciera que algo más de fondo se mueve. Ya lo decía el gran Sábato, la verdadera justicia respecto a la obra humana, solo es posible viniendo de espíritus excepcionales, hombres de extrema sensibilidad y generosa lucidez.  También a algún imberbe en su momento se le ocurrió decir que Stendhal, el superlativo escritor de “Rojo y negro”,  tan solo era un payaso,  o que a muchos, solo les produjera estólida sonrisa, la obra recién estrenada del inmenso Brahms.  De esos, la historia nos ha reportado a montones.
Y entonces por Dios, quien es el tal señor La Torre, para venir a decir tamañas barbaridades sobre acaso nuestros dos más grandes escritores. El caso es que ello, aparte de ser completamente inadmisible por su peregrino sustento, solo puede entenderse como expresión de una sorprendente pobreza de espíritu y un completo desconocimiento de lo que trata el verdadero arte y la gran literatura.
El verdadero escritor, el verdadero artista, es aquel que al escribir trata de expresar los tormentos, las pasiones, el dolor, que puede habitar en el fondo del alma humana. Trata de ser acaso, el portador de aquello que viene de tan lejos, vehículo por medio del cual se expresen los grandes dramas del ser humano; trata, no tanto de entender, pero si de dar testimonio de qué fue lo que pasó y movilizó los sentimientos de Edipo cuando, alejado de sus verdaderos padres, descubre un día por el camino al monarca de Tebas y lo mata, para luego, ser coronado Rey desposando, y haciendo suya, a su madre; trata de ponerse en el pellejo de que sintió y vivió aquel hidalgo caballero que harto de la gris y cotidiana existencia, retoma los grandes ideales que se iban perdiendo y se dedica a recorrer el mundo, luchando contra los amenazantes molinos de viento – metáfora del horror y la injusticia- y defiende a las damiselas de entonces, no importando ser tildado de loco; o también trata de expresar qué pudo ocurrir en la mente de un joven idealista, que a cierta edad, lo deja todo y se va a recorrer el mundo, en realidad, a luchar por los ideales de justicia y de igualdad entre todos los hombres, inmolándose de repente en el camino; o quizá sin querer ser tan grandilocuente, trata de expresar también, el terrible drama humano que vive Martín, sentado en una fría banca de cemento, muy cerca de la entrada al cementerio de La Recoleta, cuando evoca la tarde cenicienta en que ahí mismo, escucha de pronto una voz de mujer joven que lo llama, y cuando voltea, aquel muchacho, profundamente solitario, se encuentra con el rostro, sufrido, atormentado, pero provisto de una misteriosa belleza, y conoce a Alejandra, mujer que cambiará su vida y que hasta cierto punto, marcará también su muerte.
He ahí los grandes asuntos de la condición humana que un escritor tiene que saber expresar. Se puede escribir sobre tantas cosas, se puede decir que nada no es extraño pues todo es humano, pero se escribe con gravedad o se escribe con superficialidad, se escribe, sintiendo en las entrañas todo el dolor del mundo - Oh Vallejo, cuanto hiciste por nosotros- o se escribe, como quien, simplemente se toma una Coca Cola; se puede escribir como cuando escuchamos a Brahms, y sentimos en lo más profundo del alma, el atávico sonido de los cornos en la 1era sinfonía, o se puede escribir, como quien escucha simplemente a los Wachiturros. He ahí la diferencia.
Y eso no tiene nada que ver con ser un escritor pesado o uno ligero. Se puede leer de un tiro a Corin Tellado, a Bayly, acaso algunas obras de Allende,  o se puede leer con cierto detenimiento a Dostoievski, a Faulkner, a Beauvoir, a Sábato, a Vargas Llosa –en “El sueño del Celta”, por ejemplo-, pero que queda de los primeros, nada. De los segundos, queda la inquietud, la zozobra interior, la prístina sensación de que por un momento, acaso tan solo, por un momento, hemos bordeado las profundidades del alma humana, y que hemos vibrado, nos hemos emocionado, acaso hasta hemos derramado algunas lágrimas con el sufrimiento, con el dolor, con la muerte o desaparición de aquellos entrañables personajes.
El arte, y dentro de ella, la poesía y la literatura, tendría aquella virtud. Virtud de poder mostrarnos la complejidad, el drama, el sufrimiento, por que no, también el goce, del alma humana. Frente a la histórica separación de ciencia y arte, frente a la metafísica división entre lo racional y lo relacional – interacción entre los hombres-, ante la discutible separación de la lógica por un lado, y el misterio y el mito, por el otro, la poesía, el cuento y la novela, pueden ser las formas por excelencia para retratar de modo total la condición humana.
Así pues, decir que Vallejo y Ribeyro, no contribuyen, por su supuesto pesimismo o su inclinación al fracaso, a la construcción del alma nacional, es no haber entendido absolutamente nada del arte y la literatura, y tan solo podemos decir que expresaría la pobreza, es más, la indigencia interior de alguien que jamás habrá vibrado con la humana turbulencia interior que se percibe en el bellísimo 2do. Movimiento de la 5ta. Sinfonía de Beethoven, o que no ha sentido nada frente al profundo dolor humano que muestra Vallejo cuando dice:
“Un hombre pasa con un pan al hombro,
¿Voy a escribir después sobre mi doble?”
o emocionarse acaso hasta las lágrimas con el terrible desenlace de “Interior L” de Ribeyro.
Ese tipo de personas, entonces, qué podrán sentir cuando ante sus ojos, aparezca una humilde mujer reclamando por su hijo o su nieto desaparecido; o qué podrán sentir o decir, cuando de pronto, algún liderzuelo aparecido de la nada, gana las elecciones, luego destruye el sistema democrático que le permitió llegar al poder, e instaura la más terrible corrupción de la que tenemos memoria.  ¿Ello construye o no construye el alma nacional?
Es de esa forma entonces, que el arte, la literatura, Vallejo y Ribeyro –también por supuesto Arguedas, Rivera Martínez, Gutiérrez, Vargas Llosa y otros grandes peruanos-, pueden pues contribuir a la construcción del hombre nuevo, a afirmar en el centro del alma humana, precisamente aquello que nos distingue de las bestias, el respeto a la vida, el aprecio y respeto al semejante, la igualdad y la solidaridad entre todos los hombres del mundo.
P. Libre 6 de abril de 2012

                                        

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