sábado, 2 de enero de 2016

DERECHOS HUMANOS, DEMOCRACIA Y UNIVERSIDAD


Un nuevo año se inicia. Los peruanos, uno más entusiastas y a la vez más pudientes que otros, celebran, brindando, comiendo, bailando, casi hasta el amanecer. A las 12 de la noche en punto, hicieron el consabido brindis con el champán, el vino blanco o cualquier líquido espirituoso al alcance del bolsillo. Y todos nos deseamos un feliz año 2016.   
Por supuesto que ninguno, en esos momentos, se pone a pensar en lo que se nos viene en el país. No es el momento. No seas aguafiestas, dirán algunos. Brinda. Vive la vida. Abraza a tus seres queridos y olvídate de lo demás. Al final, Dios proveerá. Es verdad, desde que tengo uso de razón, esto viene a ser como una especie de mágicas palabras, conjuro, que de tanto repetirlo, parece hacerse finalmente realidad. Algún ministro de economía, allá por agosto de 1,990, luego de descargar el shock económico sobre los hombros del pueblo, dijo: Que Dios nos ayude. Y al parecer así fue. Se sufrió mucho, la gente pobre tuvo que buscar salidas de emergencia- memorables comedores populares- para paliar el hambre, especialmente de los niños y ancianos, y los que apenas vivíamos con un sueldo, tuvimos que ajustarnos los cinturones, ahorrar al máximo, y prepararnos para la larga época de las vacas flacas, que bien flacas vinieron.
Así, el país, se enrumbó por los caminos de la modernidad, el progreso y la libertad, como decían los acólitos del régimen por entonces. Había que terminar radicalmente con el estatismo y el mercantilismo, añadirían. Se bajaron, entonces los aranceles, la importación nos inundó, las multinacionales se frotaban las manos y los productores nacionales se vinieron abajo. O te ponías a tono con la modernidad y el ajuste, o morías. Muchísimos murieron. Empezó la desactivación del estado, se remataron las empresas públicas –gollerías increíbles de por medio, por ejemplo, para la Telefónica española- y la exclusión, la pobreza extrema a que estaba sometidas millones de peruanos, continuó.
En medio de ese clima, Sendero seguía avanzando. 1990, 1991, fueron los puntos más altos del accionar terrorista. Eran 10 años, transcurridos desde aquel mayo en Chuschi, cuando un grupo de hombres vestidos con ponchos y pasamontañas, asaltaron un local de votación y quemaron las ánforas, como símbolo de combate y lucha contra la democracia burguesa, según ellos, causante de las mil y un desgracias del pueblo peruano. En esos aciagos años, miles de hombres, mujeres y niños, especialmente de las zonas alto andinas -el 85% de ellos quechuablantes- fueron los que sufrieron directamente los efectos de aquella guerra, en que el fundamentalismo senderista y sectores importantes de las fuerzas armadas, se dieron la mano, para desarrollar un tipo de enfrentamiento y combate, caracterizado por el horror y la violación de los derechos humanos fundamentales. Miles de muertos y desaparecidos – hasta ahora se siguen encontrando fosas comunes en diversas partes del territorio peruano-, cantidad de desplazados, millares de huérfanos, un sinnúmero de familiares de víctimas que hasta hoy lloran a los suyos.  
Aquel era el sombrío panorama que sirvió de base para que en abril de 1992, Fujimori y sus secuaces, dieran un golpe de muerte, a la frágil e incipiente democracia peruana.  Las principales instituciones del país, poder judicial, poder legislativo, poder electoral, medios de comunicación, y dentro de todo ello, también las universidades, fueron arrasadas, violentadas, destruidas, corrompidas.  Y ya sabemos qué es lo que ocurrió después: entronizamiento de la dupla Fujimori- Montesinos y su pandilla, para so pretexto de mantener el orden y la seguridad nacional, así como garantizar la continuidad del programa económico – aplaudido por sus corifeos de CONFIEP y similares-, saquear los recursos públicos del país, enriquecerse ilícitamente, y todavía tener el descaro de querer mantenerse en el poder por 20 o 25 años más por delante.
Cierto es que luego, a partir del 2000, la mafia cayó, los delincuentes fueron perseguidos, y años después capturados y hoy purgan justa condena por la comisión de tan bárbaros delitos. Desde entonces, la Democracia, y la defensa de los Derechos Humanos, quiso restablecerse. Bajo el gobierno de Paniagua, se trató de reconstruir las instituciones básicas, el poder judicial, la fiscalía, se instauró la Procuraduría del estado, los organismos electorales, el poder legislativo, y en el caso de las Universidades, se dio fin, a las Comisiones interventoras, de tan nefasta recordación. Era una vuelta por lo alto a la democracia, era un retorno a la preciada vigencia de los Derechos humanos.
Lamentablemente, ni el gobierno de Toledo, menos aún el de García, pudieron avanzar en la consolidación de las instituciones democráticas y el respeto a los Derechos humanos.  La corrupción, cual animal herido de muerte, se regeneró, resucitó, al interior de dichas instituciones –ello se vio claro en el accionar del ejecutivo,  del poder judicial, y del mismo poder legislativo, inundado por lobistas y narco parlamentarios-. Si algo no podrá perdonar jamás García, no será tanto el no poder ganar las elecciones del 2016, sino el que las amplias mayorías del país, ya no le crean. El tema de los narco- indultos, sí que pegó fuerte.
¿Y qué podemos decir sobre el gobierno de Humala?
En primer término, hay que tratar de encontrar una explicación a su rápida caída en las preferencias populares. Un candidato que llegó a la Presidencia con más del 50% de los votos, hoy apenas si supera el porcentaje de un dígito. ¿Por qué razón? En los últimos años lo que se vino machacando, por todos los medios de comunicación –que ahora sí actuaron en forma coordinada y al unísono- es que se trataba de un mal Presidente, que no sabía gobernar, es decir dirigir la administración del estado, que se dejaba manejar por la mujer, etc. (y ni que decir, de todo el show de las agendas de Nadine);  dejando de lado que lo esencial vino a ser que no cumplió con las fundamentales promesas que hizo al pueblo peruano, cuando tentó la Presidencia, es decir, avanzar al lado del pueblo, para producir los cambios estructurales que el país requería. En tal sentido es claro, que frente al sinuoso avance de este gobierno, quienes finalmente han marcado la pauta, no son ni Nadine, ni Castilla, ni ahora Segura, sino aquellos poderes nacionales y multinacionales, que al final –como alguna vez, lo dijo Sinesio López- al poco tiempo de la asunción del poder, cual si fuese un nuevo Atahualpa, lo capturaron, lo secuestraron.
Es solo de esa forma que encuentra sentido, por qué se deshizo tan fácilmente de la izquierda que lo había ayudado a llegar al poder, y cómo paulatinamente se fue divorciando más y más del pueblo, que persistía en sus reclamos más sentidos –como el caso de Conga, o recientemente el de Tía María- pero sin llegar tampoco a constituir un movimiento fuerte de oposición nacional. La derecha bruta y achorada, siguió al frente de la oposición, manejando a su antojo los medios, aprovechando al mínimo cada detalle –la superficialidad de Nadine, sus gastos en el extranjero, sus vestidos caros, las benditas agendas, etc. –para golpearlo cada vez más.  El mensaje tenía que quedar bien claro: nunca más en el Perú, ningún candidato o fuerza política, debe atreverse a poner en cuestión el estatus quo, porque si no, ya saben lo que se les viene.
Pues en este contexto es que hay que entender cómo surge la discusión sobre la problemática universitaria y la necesidad de contar con una nueva Ley.
Todos en el país, coincidimos en que la Universidad peruana está en crisis. No sólo es el tema del enriquecimiento increíble por parte de propietarios, rectores y autoridades de las universidades particulares que encontraron en la educación superior “para el pueblo” un filón de oro para enriquecerse, sino que a ello se aúnan los problemas –y aquí también entran las universidades públicas- de la formación académica y profesional de baja calidad y el marcado déficit, por no decir ausencia, en la producción científica y tecnológica (con marcadas excepciones). Pero tal como lo refieren sus autores e impulsores, entre ellos, el congresista Mora, y Manuel Burga –ex rector de San Marcos- la tarea no ha sido fácil. Desde un principio tuvieron que enfrentarse a la presión mediática de los grupos de poder –no olvidemos que la UPC pertenece al grupo Miró Quesada, dueños del emporio periodístico de “El Comercio”, Canal N,  “America TV”, etc. –quienes quisieron llevar el debate sobre la universidad al plano ideológico, sosteniendo que no es posible aprobar una ley que atente contra la libertad de empresa y la inversión privada –sustento en el DL 882, dado en la época del fujimorismo-; y por otro lado, enfrentar a la oposición de las autoridades de las universidades públicas que azuzando con el cuco del “intervencionismo” del estado y la violación de la autonomía universitaria, trataron de movilizar a estudiantes y docentes en distintas partes del país.
Cuando dicha estrategia se fue mostrando débil, y con rasgos de avanzar hacia el fracaso, sacaron de la manga, las medidas judiciales, y en coordinación con los lobbies empresariales en el Congreso –entre ellos, congresistas fujimoristas, apristas y de solidaridad nacional- presentaron recursos de amparo, y reclamos, llegando hasta el Tribunal Constitucional.
A la actualidad, todas sus estrategias fracasaron. La última, aquella en torno a la llamada Ley Cotillo, fue parada en seco con la directa movilización y rechazo por parte de los alumnos. A partir de ahí, se dio el punto de quiebre para dicha pretensión reaccionaria respecto a la aplicación de la nueva Ley universitaria. La mantención obcecada en el poder, y la abierta rebeldía de algunas autoridades como el caso del Rector de San Marcos, es cuestión transitoria. Hoy día el curso de los acontecimientos para los cambios en la Universidad va por otro lado.
Por cierto, que aún estamos a distancia de lo que deberá ser una auténtica Reforma Universitaria; hay que afinar mejor los mecanismos democráticos para la toma de las decisiones en su interior, afirmar bien un sistema universitario que concilie la necesaria supervisión por parte del estado –como cualquier otro bien público o servicio básico que se brinda en el país, como es la salud- con la necesaria autonomía universitaria bien entendida –y no como bandera para instaurar una especie de zona liberada, como se entendió décadas atrás, y que permitió la incubación entre otros grandes males, del fenómeno Sendero Luminoso -; hay que ver la necesaria atención  que tiene que brindar precisamente el Estado a las necesidades de dicha universidad, especialmente, la pública, con recursos para mejorar cualitativamente los sueldos de los docentes, y la necesaria inversión en investigación científica y tecnológica. Hay muchos puntos más para avanzar, pero hay que ser claro: la Ley universitaria aprobada, oleada y sacramentada por el Tribunal Constitucional del Perú, abre un momento histórico y un espacio para la acumulación de fuerzas para los sectores más sanos, renovadores y democráticos dentro de la universidad peruana. Lo más importante es ver si realmente en los próximos meses, es posible afirmar posiciones en la opinión pública, construir actores sociales y políticos en las universidades con participación de toda la comunidad educativa, alcanzar hegemonía y mayoría en el país pro Reforma de la universidad, poniendo en el centro de la misma, la CALIDAD EN LA FORMACIÓN ACADÉMICA PROFESIONAL, LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA Y LA PRODUCCIÓN DE CONOCIMIENTOS acorde a las necesidades del país.
Es cierto entonces, que este 2016 se nos presenta aún incierto.  Ello porque es claro, que en el país aún quedan pendientes varios asuntos por resolver en el campo de la Democracia, de la verdadera Inclusión y del respeto irrestricto a los Derechos Humanos; y que debemos estar todos unidos para avanzar por el camino del progreso, tratando de hacer realidad el sueño de un Perú justo, donde no reine la corrupción y la impunidad, un Perú grande, un Perú digno.
No olvidemos que este 2016 es año electoral, y debemos pensar bien a quienes vamos a elegir para que nos gobiernen por cinco años más. Ojalá tengamos suficiente sabiduría, sentimiento y valores, para elegir bien.
P. Libre, 1 de enero del 2016


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