Monterroso tiene un cuento, en el que un viejo profesor, un tal Fombona, conoce a un joven, el poeta Feijoó. En los años siguientes, aquel se dedica a su “corrupción y embalsamamiento” hasta lograr que el muchacho deje de escribir versos y se dedique a la tertulia con los amigos, y a un trabajo alimenticio- como diría Varguitas- terminando por creer que el trabajo que realizaba: buscar las erratas en los libros, era una labor importantísima, al punto de creer que ahí se jugaba incluso los destinos de la humanidad. Cuando una vez, viene a verlo un sabio hispano, especialista en Unamuno, y lo encuentra sumido entre sus papeles, notas y pruebas de imprenta, él acepta ser presentado y con voz casi inaudible murmura algo, como: sí, mucho gusto…mientras que Fombona, hacia un costado pasaba la voz a alguien, buscaba un cerillo, o algo…
Interesantísimo. Aquí cuando se habla de corrupción, es la corrupción del alma. Es decir, que así como el cuerpo sufre de corrupción al paso de los años o de la enfermedad, es decir se va deteriorando, malogrando, muriendo; igual puede hacerse con el alma. A veces tempranamente, y en muchos casos sin que la persona se de cuenta. Cuando en la escena final, el sabio hispano va a verlo, el joven, ya tiene el alma muerta, lo cual quiere decir, que se murieron sus sueños, sus anhelos, su búsqueda de la creación y la belleza (encarnada en la poesía), ya transita por la vida, tan solo como una sombra, un ser fantasmal que dará igual que exista o que no exista. Triste final, para un joven que tenía un gran potencial, un joven poeta, que pudo jugársela con todo desde la temprana juventud, y no prestar oídos a la corrosiva voz de la mediocridad, a la machacante acción de la molicie que lo va envolviendo todo, a la moda corrupta de la trivialización de todo. Y mas bien, orientarse en la vida, escuchando sus señales interiores, aquella voz que le decía: adelante, tú estas hecho para lograr tus grandes sueños (por que ya Shakespeare lo había dicho: estamos hechos de la misma materia de las estrellas y de nuestros sueños), esa voz que le decía: vamos, que no existen milagros para unos cuantos: todos los seres humanos somos capaces de hacer milagros, y acaso lo único que hace falta es valor y determinación para atreverse.
No hay otra forma de avanzar por la vida. Bethoveen lo tuvo claro desde el principio. Por eso cuando Napoleón se volvió un dictador, le retiró su dedicatoria del hermoso Concierto para piano N° 5; igual con el gran Goethe, que no se descubrió (quitarse el gorro) ante la presencia del rey de Prusia (¿y por qué tendría que hacerlo un creador?, pensó). Es ese tipo de Hubris sana, que el hombre requiere para persistir en lo suyo, mas allá del coro de sirenas que momentáneamente lo pueden distraer de su camino. Y tener valor, para no sucumbir ante el vaho corrosivo y envolvente de los mediocres y la molicie.
Si Vargas Llosa, en su momento no hubiera tomado la determinación de dejarlo todo, por la literatura – a pesar de tener que vivir angustias económicas al principio- y hubiera optado por quedarse en Lima, dedicado a la vida bohemia, hubiera terminado como su amigo, el talentosísimo Carlitos Ney Barrionuevo, que con todo el respeto que se merece, termino siendo hoy, a los 84 años, tan solo un venerable anciano, sin mayor aporte a la cultura o la literatura nacional.
El otro se fue, se dedicó en cuerpo y alma a su pasión, la literatura, la sudó – como se dice- y hoy es Premio Nobel. Vargas Llosa, es ahora orgullo no solo de la Universidad que lo formó, San Marcos; no sólo de la tierra del rocoto relleno, Arequipa y del país que lo vio nacer, sino de toda América Latina y acaso de buena parte del mundo. Varguitas, has pasado a la posteridad. Mario, tú has vuelto a señalar el camino y así la valla ahora se encuentre muy alta, hacia allá tenemos que seguir avanzando.
P. Libre, 13 de Octubre de 2010