“Quisiera vivir eternamente, seguiría escribiendo eternamente”
J. Donoso
En los turbulentos años 70, nos rompíamos la cabeza en la universidad hablando de la identidad nacional, la identidad colectiva, el ser peruano. Por entonces, creíamos que aquello era algo que teníamos, obligatoriamente, que construir. Y entonces, los debates iban y venían. Algunos, sostenían que la identidad nacional se constituyó a partir del mestizaje: los españoles llegaron al Perú, lo conquistaron, luego se inició un duro proceso de mestizaje, que empezando por las uniones de hecho, entre ibéricos e indias, abarcó los diversos campos de la economía, cultura, la religión y la política. Otros, los más radicales, evidentemente alimentados por la prédica neo indigenista y mariateguista, sosteníamos que aquello del mestizaje era una trampa. El Perú, con su población de origen, fue salvajemente conquistado, y luego devastado a través de un genocidio durante la colonia. Y en todo caso, lo que quedaba ahora era tratar, a la manera del mito del Inkari, reintegrar todo, reconstituir el ser nacional, en torno a un Proyecto de nueva sociedad y de nuevo estado.
Buenos años me llevó entender que la identidad nacional es una entelequia. Como bien diría el propio Marx en algunas de sus sesudas reflexiones – proveniente me parece de la Ideología alemana- la historia empieza con la existencia de seres humanos de carne y hueso. Y mas adelante, cuando en su monumental obra, El Capital, analiza el surgimiento del capitalismo, redondea la idea, señalando que la noción de individuo es creación reciente, podría decirse que no pasa de los 5,000 años.
El caso es el siguiente. Los pueblos, las comunidades, compuestas de seres humanos de carne y hueso, que comparten un mismo territorio, que hablan una sola lengua, que profesan de repente, las mismas creencias, se asombran con los mismo mitos y adoran a los mismos Dioses, pueden tener en torno a eso, puntos básicos de identidad. Pero ello, es una forma muy general para referirse a esos seres humanos. Es una abstracción que de ningún modo, representa el entendimiento, la comprensión de quienes son esas personas y de por qué son de tal o cual manera. Y es que a final de cuentas, como la misma psicología de la personalidad ha ido perfilando, las personas somos el conjunto de nuestras vivencias, nuestras pasiones, nuestros recuerdos, nuestros sueños, nuestros anhelos, nuestras frustraciones, nuestras ideas, nuestras ambiciones, y en tal sentido, solo viendo todo ello en conjunto a través del devenir, es que podemos al final afirmar, que tal persona es así o tal otra es asá. Y para la misma persona, que deambula por este mundo, hay una noción, como diría el gran psicólogo norteamericano Erick Erickson, una noción de mismidad, es decir sentimiento y conciencia de ser una persona de tal o cual manera. Y eso es la identidad. Esa identidad, es plena, es rica, es creativa, se hace en el tiempo, hundiendo raíces en el pasado familiar, comunal, si, pero proyectándose cada día hacia el futuro; es el gran reto humano e individual de plantearse, cotidianamente el aspirar a ser, el querer ser, el llegar a ser.
He terminado de leer El gran Gatsby, y quedé impresionado de la forma genial en que Scott Fitzgerald, retrata la imagen precisamente de un hombre, nacido en la pobreza y el infortunio, que en determinado momento de la vida, se plantea ese aspirar a ser, ese llegar a ser. Y claro, en este caso como es literatura el asunto toma ribetes dramáticos, pero el hecho es que el hombre se construye una identidad nueva. Deja de lado todo lo anterior, y en esencia por aquel amor de juventud que representa Daysi, es capaz de hacerlo todo, y se asume, en realidad se reinventa como Jean Gatsby, hombre encantador, millonario, magnánimo, que día y noche agasaja a cientos de invitados, venidos de no se sabe donde. Todos asisten a sus fiestas, cubiertos de pieles y diamantes, todos beben, bailan y brindan por él. Pero en los entresijos de la fiesta, rumoreando en los pasillos, hombres y mujeres, se preguntan de donde vendrá su fortuna. Al final, cuando presa de una confusión de un marido celoso, es asesinado, nadie asiste a su entierro.
De otro lado, pienso en Donoso, dejando aquella hermosa carta para su hija Pilar, cuando lamenta no poder heredarle una memoria de tribu, por que ella no nació en Chile, no gozó los olores, ni sabores, ni caricias del hogar paterno y de los abuelos, pero que sin embargo en un momento dramático le dice:
“Esa seguridad, esa protección que yo disfruté, pese a que después la haya rechazado, no puedo dártela (…). Eso que mi madre tanto quería para nosotros y que a veces siento que echas de menos, no puedo dártelo. Si continúa haciéndote falta, tendrás que creártela tú. Serás quien quieras ser, pura construcción, ostentarás la fisonomía que elijas, no crecerás tiranizada por fantasmas de existencia previa a la tuya. (…) podrás elegir con mayor amplitud, llevarás pocas señas de identidad que te condenen a ser algo preestablecido (…) podrás tú misma trazar los rasgos de tu propio rostro”.
Hermosa forma de referirse al tema capital de la construcción de la propia identidad. Así nos hacemos los seres humanos.
Hoy por la mañana escuchaba una vez más, fascinado a Jaime Guardia – gran amigo del maestro y peruano universal José María Arguedas-, interpretar Carnaval de Tambobamba, y evocaba la última vez, que con mi madre aún viva lo escuchamos cantar, siempre al lado del inmortal Máximo Damián, allá en los viejos salones de la Cooperativa Santa Elisa, en el centro de Lima. Aún guardo en mis cansadas retinas, el rostro amable y pleno de gozo de mi madre, mujer valiente proveniente de un pueblo a las faldas de los nevados del Sara Sara, y no he podido evitar, sentir y pensar que mis raíces están sin duda ahí, en el centro mítico del Ande, no he podido dejar de emocionarme al escuchar una vez más Madrecita linda por que me has dejado en el mejor tiempo de mis sufrimientos… Y se perfectamente, que mi identidad nacida con la fuerza de los vientos del sur, se reinventa día a día, cuando escribo un verso, cuando pergeño un cuento, cuando redacto un artículo científico, cuando puedo dar una palabra de cariño a los demás, en fin en tanto y en cuanto el lenguaje, hasta el fin de los tiempos, me acompañe.
P. Libre, 21 de Enero de 2011